La producción en la industria del calzado creció un 4,6 % interanual durante el primer trimestre de 2025, marcando una leve pero significativa alza tras una fuerte crisis e incertidumbre económica.
Luego de atravesar uno de los períodos más complejos de su historia reciente, la industria del calzado en Argentina comienza a mostrar algunos signos alentadores. Aunque todavía se encuentra lejos de una recuperación consolidada, los primeros datos de 2025 permiten vislumbrar un cambio de tendencia tras un 2023 sumamente adverso, marcado por la caída del consumo, una inflación desbordada, la devaluación del peso y el avance implacable de las importaciones.
De acuerdo con el Índice de Producción Industrial Manufacturero (IPI Manufacturero), elaborado mensualmente por el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec), la fabricación de calzado y sus partes experimentó un crecimiento del 4,6 % interanual en el período comprendido entre enero y marzo de 2025. Particularmente en marzo, el incremento fue del 2,5 % respecto al mismo mes del año anterior, lo que representa una mejora modesta pero significativa si se tiene en cuenta el contexto de recesión que azotó al sector en los últimos años.
Repunte en la industria del calzado
Este leve repunte se enmarca dentro de una tendencia más amplia de recuperación en la industria manufacturera nacional, que en el mismo trimestre exhibió una suba del 6,1 % interanual. Rubros que venían mostrando fuertes caídas, como el textil, el automotor o el de maquinaria, comienzan a revertir la inercia negativa, aunque aún sin alcanzar los niveles previos a la crisis. En ese escenario, el desempeño del sector cobra particular relevancia por haber sido uno de los más castigados por la combinación de factores económicos y políticos.
Durante 2023, el sector sufrió con especial intensidad las consecuencias de la pérdida de poder adquisitivo de los hogares, que obligó a postergar consumos no esenciales como la renovación de calzado. La apertura de las importaciones dispuesta por el Gobierno para contener la inflación provocó un ingreso masivo de productos de bajo costo provenientes, en su mayoría, de Asia. Estos productos compiten con ventajas notorias frente a la industria local, no sólo por precio, sino también por escala y logística. El resultado fue devastador: fábricas que suspendieron operaciones, miles de trabajadores despedidos y una creciente migración hacia la informalidad productiva.
La incipiente mejora registrada en el primer trimestre de 2025, aunque insuficiente para compensar las pérdidas acumuladas, ofrece un respiro. Parte de esta recuperación está relacionada con una tímida recomposición del salario real en algunos segmentos de la población, lo que se tradujo en un leve aumento de la demanda interna. Comercios minoristas que venían operando con escaso stock y productos de temporadas anteriores comenzaron nuevamente a hacer pedidos a proveedores, lo cual dinamizó parcialmente la cadena de valor.
Además, algunas marcas independientes que apostaron por canales digitales durante la pandemia lograron sostenerse gracias a una estrategia centrada en el valor agregado. Con ediciones limitadas, colecciones cápsula y diseño personalizado, estas firmas lograron captar consumidores que priorizan la diferenciación por sobre el precio. Este fenómeno explica en parte por qué el índice del sector pasó de 140,8 puntos en enero-marzo de 2024 a 147,2 en igual período de 2025, tomando como base el año 2004 (base 100).
Otro factor que contribuyó al repunte fue la relativa estabilidad del tipo de cambio. Si bien el dólar continúa ajustándose por efecto de la inflación, lo hizo sin los saltos abruptos que caracterizaron los años anteriores. Esta mayor previsibilidad permitió a las empresas planificar mejor sus compras de insumos, muchos de los cuales son importados, desde cueros y materiales sintéticos hasta suelas, herrajes y pegamentos especializados. La menor volatilidad cambiaria redujo la incertidumbre en la cadena productiva y facilitó decisiones de inversión y abastecimiento.
En paralelo, diversas empresas del sector implementaron ajustes internos para contener los costos y mejorar su competitividad. Algunas centralizaron operaciones en plantas más eficientes, renegociaron contratos de servicios o proveedores, y comenzaron a incorporar maquinaria más moderna, aunque no necesariamente de última generación. Esto permitió elevar levemente la productividad sin necesidad de aumentar la dotación de personal en la misma proporción. La incorporación de tecnología, incluso en pequeñas unidades productivas, comienza a ser una estrategia recurrente frente al desafío de competir con productos importados.
Sin embargo, pese a estas mejoras puntuales, la situación del sector aún dista de ser sólida. En la clasificación general del IPI Manufacturero, la categoría “Calzado y sus partes” apenas representa el 0,6 % del crecimiento interanual dentro de la división “Prendas de vestir, cuero y calzado”, que en su conjunto avanzó un 9,5 %. Es decir, aunque el sector aporta al crecimiento, todavía no lidera la recuperación del rubro textil y del cuero.
Aunado a esto, buena parte de las fábricas continúa operando por debajo de su capacidad instalada. En provincias con fuerte tradición zapatera, como Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba, el nivel de empleo sigue muy por debajo de los registros anteriores a 2023. Se estima que menos de un tercio de los puestos laborales perdidos durante la crisis se han recuperado.
A esto se suma un fenómeno preocupante: el crecimiento del trabajo informal. Aunque los datos oficiales no lo miden con precisión, distintos actores del mercado reconocen que una porción considerable de la producción de calzado se ha desplazado hacia talleres no registrados o modalidades de trabajo “a domicilio”. Esta dinámica reduce los costos laborales al evadir aportes y regulaciones, pero al mismo tiempo debilita el entramado formal del sector, complica el acceso al financiamiento y dificulta la elaboración de estadísticas fiables. El propio IPI Manufacturero, que se construye sobre encuestas a empresas registradas, no alcanza a reflejar la magnitud de la producción informal, que podría haber ganado terreno en la lucha por la supervivencia.
Impacto por la baja de aranceles
El pasado 31 de marzo, el Gobierno argentino oficializó mediante decreto una medida que ya generaba tensiones en el sector industrial: la reducción de los aranceles a la importación de calzado, textiles e indumentaria.
La disposición, enmarcada en los acuerdos comerciales del MERCOSUR, implica que el arancel que pagaban estos productos al ingresar al país bajará del 35% al 20% en el caso del calzado, una reducción significativa que busca aliviar los precios en góndola, especialmente en un contexto inflacionario que golpeó fuerte al rubro durante 2024.
La medida, sin embargo, fue rechazada por diversos actores de la industria nacional, quienes alertan que la competencia con productos importados a precios más bajos podría poner en riesgo la producción local y los empleos que dependen de ella. Desde cámaras empresarias del sector, como la Cámara de la Industria del Calzado (CIC), advierten que con este cambio se corre el riesgo de un escenario similar al de décadas anteriores, cuando la apertura indiscriminada llevó al cierre de fábricas y pérdida de puestos de trabajo.
El Gobierno, por su parte, justificó la medida argumentando que los aranceles más altos –vigentes desde 2007– fueron establecidos de manera transitoria y sin estudios posteriores que los validaran. De acuerdo a un relevamiento oficial, Argentina es uno de los países con la indumentaria más cara de la región, con diferencias de hasta 310% respecto a mercados como España. El nuevo esquema arancelario, según Comercio, busca mejorar la competitividad interna y ofrecer al consumidor productos más accesibles.
Para la industria nacional, que viene operando con costos crecientes y márgenes reducidos, la noticia genera incertidumbre. Si bien reconocen la necesidad de frenar el alza de precios, insisten en que no se puede hacerlo a costa del trabajo local. En este contexto, reclaman políticas activas de protección y promoción para mantener a flote a un sector que genera miles de empleos directos en el país.
La reducción de aranceles se convierte así en una apuesta arriesgada, ya que podría aliviar el bolsillo del consumidor, pero también tensiona aún más a un sector productivo que, con dificultades, intenta mantenerse competitivo en el mercado local.