El otoño llegó, y con él ese clima que ni quema ni congela, perfecto para los que quedaron con ganas de más después del verano.
Los fines de semana largos que se vienen son la excusa ideal para armar el bolso y conocer rincones cercanos que, sin las multitudes veraniegas, muestran otra cara. ¿Te quedaste con ganas de viajar? Acá van tres opciones que no quedan lejos de Luján y prometen desconexión sin romper (demasiado) el chanchito.
Villa Gesell, cuando la playa es solo tuya
Qué distinta se ve Villa Gesell sin la invasión de sombrillas y reposeras, ¿no? Ahora que las temperaturas bajaron unos grados, las playas geselinas se transforman en el lugar ideal para largas caminatas donde el único sonido es el del mar llegando a la costa. Los que conocen el lugar solo en enero quedarían sorprendidos al ver cómo cambia el paisaje.
El famoso centro comercial de la Avenida 3, ese que en verano hay que recorrer esquivando gente, ahora permite pasear tranquilo, detenerse en vidrieras y charlar con comerciantes que tienen tiempo para contar historias del lugar. Los restaurantes del centro siguen cocinando esos frutos de mar por los que Villa Gesell es conocida, pero ahora sin esperas ni reservas imposibles.
¿Y esas puestas de sol sobre el Atlántico? Parece mentira, pero en otoño los colores se vuelven más intensos, como si el cielo quisiera compensar la ausencia de turistas con un espectáculo exclusivo para los pocos que se animan a visitar la costa fuera de temporada. Si te tientan todos estos detalles, podés descubrir acá todas las opciones disponibles para llegar desde Luján.
Tandil y ese aire serrano que desintoxica
A unas cinco horas de viaje desde Luján aparece Tandil, con sus sierras salpicando el horizonte pampeano. Muchos la visitan por primera vez buscando la famosa Piedra Movediza (o lo que queda de ella), pero terminan volviendo por ese aire limpio que parece limpiar los pulmones con cada respiración.
Durante estos meses, los cerros tandilenses se visten con tonos amarillentos y rojizos que contrastan con el verde que todavía resiste en algunas zonas. Los senderos de trekking que en verano hay que recorrer entre grupos grandes de turistas, ahora permiten pausas para sentarse sobre alguna roca y contemplar el paisaje sin que nadie apure ni interrumpa.
Pero hablemos de lo importante: la comida. Los quesos y salamines tandilenses, famosos en todo el país, se saborean mucho mejor cuando el frío empieza a asomar. Después de una caminata por el Parque Independencia o por el Monte Calvario, nada como entrar a alguna de esas cervecerías artesanales donde el aroma a malta y lúpulo se mezcla con el de las tablas de picada que circulan entre las mesas.
Chascomús, tan cerca que casi no cuenta como viaje
Para quienes buscan escaparse pero sin alejarse demasiado, Chascomús aparece como esa opción que casi no requiere planificación. A poco más de dos horas en auto desde Luján, este pueblo lagunero conserva ese aire de tranquilidad que la ciudad grande hace rato perdió.
La laguna, con sus aguas que cambian de color según cómo pegue el sol, invita a sentarse en alguna de sus orillas a no hacer nada – ese arte casi olvidado y tan necesario en estos tiempos. Los pescadores locales, esos que conocen cada rincón y corriente, suelen compartir historias con cualquiera que muestre interés genuino, algunas tan increíbles que cuesta distinguir entre la verdad y la leyenda.
El casco histórico chascomunense, con edificios que vieron nacer la patria, se recorre mejor ahora, cuando no hay que esquivar grupos de turistas para sacar fotos. La Catedral, la Municipalidad y esas casonas antiguas que sobrevivieron al paso del tiempo cuentan historias que solo escuchan quienes se toman el tiempo para prestar atención.
Y a vos, ¿cuál de estos destinos te hizo dar más ganas de estar ya en la ruta, escuchando música y pensando en los paisajes que estás por ver? ¡Buen viaje!