La música como refugio en tiempos de crisis económica

Radio Estación Luján
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En un contexto marcado por la caída sostenida del consumo masivo y una clase media que no logra recomponerse, la música emerge como un refugio emocional, una válvula de escape, pero también como una víctima silenciosa del ajuste.

Aunque la inflación muestra señales de desaceleración, muchos hogares destinan la mayor parte de sus ingresos a cubrir aumentos en servicios públicos y privados, dejando a la cultura —y en particular a la música— en un segundo plano en la escala de prioridades.

El consumo se retrae, también en la música

Los datos recientes sobre ventas por el Día del Padre, con una baja del 1,7%, y el retroceso del 0,9% interanual en el consumo de mayo, reflejan una realidad que atraviesa a todos los sectores, incluso los culturales. Si bien las plataformas digitales de streaming permiten cierto acceso gratuito o de bajo costo a contenidos musicales, los conciertos, festivales, la compra de instrumentos o incluso clases de música se han vuelto lujos inaccesibles para muchos.

La clase media, históricamente promotora y consumidora de cultura, hoy enfrenta una situación ambigua: por un lado, busca espacios para canalizar el estrés social y económico, pero por otro, encuentra limitaciones financieras para sostener el acceso a productos y servicios culturales. En ese marco, la música transita entre la necesidad emocional y la imposibilidad material.

Reconfiguración del consumo cultural

En medio de este escenario, el consumidor cultural se transforma. Ya no compra discos, ni necesariamente paga entradas para shows en vivo. En cambio, recurre a experiencias gratuitas o más económicas, como presentaciones callejeras, ciclos organizados por municipios, o contenidos digitales de acceso libre. Esta reconfiguración del vínculo con la música no solo responde a un cambio tecnológico, sino también a una necesidad económica.

El fenómeno de los artistas independientes que difunden su trabajo a través de redes sociales o plataformas como YouTube o Spotify también forma parte de esta nueva lógica de supervivencia cultural. Sin intermediarios, sin grandes discográficas, sin giras costosas, logran sostenerse en una economía donde cada peso cuenta.

A pesar de ser considerada por algunos como un gasto prescindible, la música cumple un rol esencial en la salud mental y emocional de las personas. Diversos estudios coinciden en que escuchar música reduce el estrés, mejora el ánimo y genera un sentido de comunidad, algo particularmente valioso en momentos de incertidumbre y crisis.

Frente al ajuste, muchos encuentran en la música una forma de resistencia. Desde canciones que expresan el malestar social hasta movimientos artísticos que se organizan para visibilizar el impacto de la crisis económica, la música también es una herramienta política, un vehículo de denuncia y, sobre todo, de esperanza.

Industria musical: luces y sombras

El sector musical no está exento de los vaivenes económicos. La producción de eventos en vivo, por ejemplo, enfrenta mayores costos logísticos y técnicos, a la vez que se topa con una caída en la venta de entradas. A esto se suma la dificultad para sostener el financiamiento de giras, la adquisición de equipos e instrumentos, y la contratación de personal técnico, lo que impacta directamente en la calidad y cantidad de propuestas musicales disponibles.

No obstante, la industria muestra signos de resiliencia. Pequeños sellos discográficos apuestan a nuevos talentos, algunos municipios promueven festivales gratuitos para fomentar la circulación cultural, y crece el interés por la formación artística comunitaria, especialmente en barrios populares, donde la música cumple además una función de inclusión social.

Una salida posible: apoyo y políticas públicas

La recuperación del consumo cultural, y en particular del acceso a la música, no será automática. Requiere de políticas públicas que reconozcan a la cultura como un derecho y no como un privilegio. Incentivos fiscales, financiamiento para artistas independientes, creación de circuitos culturales alternativos y accesibles, y la integración de la música en la educación formal y no formal son algunas de las estrategias que pueden revertir la actual tendencia.

Mientras tanto, en medio del ajuste y la incertidumbre, la música sigue sonando. Desde los auriculares de un pasajero en el colectivo hasta los escenarios improvisados en plazas y calles, continúa siendo parte esencial de la vida cotidiana. Porque incluso cuando todo escasea, la música permanece: como consuelo, como protesta, como identidad.

Fuente: Radio Estación Lujan

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